LA MUJER NICARAGUENSE DE LOS 90´S
Por: Lilí Bolívar de Flores Rivas
Desde que llegué a Managua supe que iba a encontrar mujeres extraordinarias. Mujeres ejemplo, mujeres solidarias. Procuro no ver defecto alguno en una mujer; trátese de quien se trate, busco hasta encontrarle cualidades por recónditas que sean. Con las nicaragüenses no me cupo la menor duda de que eran mujeres fuertes, de esas que crecen en el sufrimiento, mujeres decididas e intransigentes con la injustica!
Tuve la oportunidad de conocer muy a fondo a la mujer nicaragüense de la época post revolucionaria. Vi de cerca a la presidenta de Nicaragua y también a las mujeres sencillas del campo y de los pequeños pueblos.
Recuerdo hasta ahora con la misma emoción y sorpresa de aquellos momentos a doña Violeta Barrios de Chamarro, primera mandataria de la República; no obstante, también está en mi memoria, doña Chilo, la incomparable y solidaria costurera granadina que convivió y trabajó maravillosamente cerca de nosotros en la Embajada, los dos años y medio en que fuimos huéspedes diplomáticos de los nicaragüenses. Conocí a través de ella toda la variedad de bordados tipo belga, hechos a mano, con cabello como hilo que ahí se hacían y tuve las blusas, los pañuelos y las servilletas más lindas que he tenido en mi vida
Me deleité con mi amiga la fotógrafa profesional Margarita Montealegre con lo agudo de sus comentarios y lo colorido de sus anécdotas, durante las amenas pláticas acerca del durísimo periodo de la Revolución. Entre masaje matutino y conversación, Sylvia la abogada egresada de las universidades de la Rusia soviética, me adentraba mentalmente a través del movimiento de sus manos en masajes reconstructores, en el espectro de la guerra, las vicisitudes y las carencias por las que atravesaba su querido país en busca de un horizonte digno y un lugar importante entre las naciones.
Recuerdo con deleite a las nuevas generaciones nacidas durante la lucha armada, como la joven bailarina, cuyo nombre se me escapa pese a que fue honrada en nuestro tiempo, con el Premio Nacional de Danza, por su gracia y profesionalismo, que disfrutaba tanto como yo en poner, como propios, los bailes mexicanos para deleitar a grandes públicos. La Elliet Cabezas, la Yaoska Perezcassar, la Tania Altamirano, la Rosa Castelló, la Mariana Ortega amigas entrañables de mis hijos y hoy día profesionistas relevantes alrededor del mundo con proyectos y cosas nuevas en la mente pero siempre comprometidas con su Patria.
Vuelvo a centrar mi atención en quien merece un lugar aparte en la historia de Nicaragua, doña Violeta Barrios de Chamorro, mujerona de tamaño y de virtud, con agudeza política, que dirigía a su pueblo con sencillez y suavidad de abuela y madre, y desactivaba serios conflictos producto de los acomodos que exige la democracia, sobre todo para un pueblo bravo recién salido de las inquietantes y duras pruebas de una guerra civil!!!
La conocí en persona el día que Edgardo mi esposo presentó sus cartas credenciales a la jefa del Estado Nicaragüense. Curiosamente fue la propia presidenta quien preguntó a su jefe del Protocolo si el nuevo embajador de México era casado, y así solamente en Nicaragua (e increíblemente en Yemen país también egresado de un conmoción civil), fui invitada a participar como esposa en la ceremonia de entrega de las credenciales otorgadas por el jefe del Estado Mexicano para “su Grande y Buena amiga doña Violeta Chamorro” , como textualmente empezaba el lenguaje diplomático de tales documentos.
Después de pasar mi esposo revista a las guardias presidenciales, la presidenta nos recibió en su despacho con la cordialidad de parientes más al norte, sin estiramiento innecesario y en un ambiente formal y respetuoso, nos hacía sentir que como representantes de México siempre tendríamos un lugar especial en los afectos de Nicaragua.
El embajador y ella hablaron de la relación política entre México y Nicaragua y terminado el tema inmediatamente entró conmigo en los aspectos familiares… ¿Tienen hijos? Le respondimos, sí, dos. ¿A qué escuela irán? Contestamos que se nos había recomendado mucho el Colegio Centroamérica de los jesuitas. Asintió y nos dijo: ”hoy mismo le llamo al Chele para recomendárselos. Y les aseguro que han hecho una muy buena elección”. El llamado Chele era por rubio, y se trataba de un prestigioso académico y director general del plantel (allá llamado rector). Salimos de ahí tranquilos y satisfechos de pensar que el aspecto educativo de nuestros hijos estaba resuelto. Esa sencillez y esa camaradería con que nos recibió la señora presidenta la encontramos por doquier. Fue la lección que nos enseño nuestra estancia en Nicaragua.
La Violeta, término que a nosotros nos sonaba demasiado rudo, la llamaba todo el pueblo porque no la sentía ajena a ellos; les hablaba en lenguaje llano y simple, con palabras muy alejadas de la socarronería y de la vulgaridad. Una dama; pulcra, fina en actitud y en propósitos para su Patria. Sin embargo, ni ingenua ni poco cauta; sus palabras eran cálidas pero sopesadas políticamente para no añadir dilemas de interpretación de alto costo político, en momentos en que se buscaba aprovechar cualquier lapsus para llevar ganancia política.
Doña Violeta dirigía una familia entregada a la historia de esa nación. De familia de prestigio de la ciudad sureña de Rivas, fue víctima de una violenta viudez que le infligió la dictadura de los Somoza, dejándola como madre de varios hijos cuya inteligencia se salía de lo común. Así, la vida la empujó a hacer política y a buscar la ruta de la democracia que no encontraba ni en las ideologías de la izquierda ni de la derecha.
Las encontradas posiciones postrevolucionarias se reflejaban en el propio seno familiar de los Chamorro; ella las respetaba todas cuando eran sinceras. No obstante, mantenía su propia perspectiva de la vida política de la nación, la cual sencillamente podríamos describir como una postura de profunda raigambre democrática, respetuosa del derecho de los demás. Cuando los curiosos le preguntaba acerca de la pluralidad de su familia, ella decía que cuando se trataba de reunirse con sus hijos, nietos, nueras y yernos, la regla era olvidarse de las ideologías para ser únicamente familia.
Doña Violeta ejercitaba un marcado sentido del humor. De gran estatura y porte; aguda en su pensamiento, sin alarde intelectual, sin manejo de categorías de ciencia política, pero como un día en una cena diplomática su hijo Fernando la describió ”a mi mamá, sin duda, se le puede achacar muchos defectos, pero de lo que no se le puede tachar es de falta de sentido común!”
A nosotros ya nos tocó la lucha armada solamente como antecedente histórico pero el país en paz. El régimen de ese momento y el anterior, eran producto de elecciones democráticas, de ideologías diferentes, y en un momento de retorno a casa de los nicaragüenses exilados. En todo ello, las mujeres habían jugado un papel de la mayor trascendencia; unas por idealistas y poetas creadoras de un nuevo imaginario democrático, y otras en las trincheras de la lucha revolucionaria. Mujeres campesinas, mujeres intelectuales, mujeres trabajadoras, mujeres profesionistas, mujeres empeñadas en redirigir su historia. Entre ellas también un buen número de mexicanas enroladas por amor a sus maridos o compañeros, y con ideales juveniles de justicia social.
No cabe duda que los acontecimientos históricos determinan el comportamiento y el desarrollo futuro de todas las sociedades del mundo. Hay eventos que marcan definitivamente a la cultura pero sobre todo a los seres humanos.
Para aquellas fechas ya las Mujeres del Cuá eran leyenda e historias que se cantaba para no dejarlas caer al olvido. Esas campesinas que en los años de insurrección dieron cobijo a los hombres de lucha. Mujeres que pagaron con su vida la información que nunca confesaron. Mujeres que alimentaron en la montaña y conservaron en las recónditas alturas el espíritu de los que soñaban una Patria libre.
Sobresalían lo ejemplos legendarios de la María Venancia, madre de Amanda Aguilar, las dos de una sola pieza. Mujeres víctimas de la represión pero a las que nunca nadie las oyó delatar a los hijos de la montaña.
Amanda Aguilar fue una mujer historia. Fue la cocinera del general Augusto César Sandino y vivió 116 años sin que evento alguno lograra derrumbarla. Fue motivo y ejemplo para los ejércitos de mujeres anónimas que unidas defendían los ideales de un pueblo que estuvo sometido por generaciones a la desesperanza. Mujeres de un pueblo antiguo, con raíces aztecas, que no mayas como sus vecinos, pero reciente en la democracia y en la pluralidad, fraternas amigas siempre a la expectativa del devenir histórico de su Patria. Mujeres convencidas de que el cambio sin ellas no se daría.
Mujeres como Arlen Siu, niña que perdió la vida en una emboscada y que hoy la música de trova busca inmortalizarla en su agudo canto que se echa a volar por los aires preguntando con nostalgia y curiosidad al pájaro guardabarranco, al hermano del viento, del canto y de luz que si en sus andanzas supo qué pasó a la chavala llamada Arlen Siu. Oír al cenzontle amigo responder firme y orgulloso. Esa niña mitad china y mitad nicaragüense que se perdió en la batalla? Le cuento: la chinita peleó hasta el final.
Así fueron todas las mujeres que conocí. Mujeres inclaudicables en su lucha. Mujeres políticas como Dora María Téllez y Mónica Baltodano. Dora María, historiadora y médico de profesión, ministra de salud reconocida por Naciones Unidas con el Premio a la excepcionalidad de los avances en materia de salud. Mónica Baltodano que llegó a ser viceministra de la presidencia y posteriormente muy activa en el Parlamento de su país.
Gioconda Belli novelista y poeta notable. Norma Elena Gadea la trovadora de la historia contemporánea de su país, con su mágica y formidable voz. Mujer amante de la libertad que transmite en su canto las maravillas del sentimiento y del espíritu. Mujer que da la vida en su canto en melodías hermosas como aquella de la paloma de la paz.
Y muchas otras! que hasta el día de hoy se que luchan por una Nicaragua mejor. Mujeres del cambio comprometidas con el desarrollo y el futuro. Mujeres que buscan en la modernidad influir en las generaciones futuras. Mujeres que no se dejan vencer, pero que nunca han dejado de ser madres ejemplares.
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