SERAFINA QUINTERAS
Una de las cosas más bonitas que nos sucedieron en nuestra vida diplomática fue haber conocido Lima a través de los ojos de Serafina Quinteras.
Serafina Quinteras nació en 1902 y murió en 2004. Mujer de un siglo ¡Y que si lo vivió, completito! Qué maravilla nacer y vivir más de cien años con esa plenitud y esa alegría. Hizo mil cosas, vivió todo lo que quiso. Soñó, imaginó, hizo canciones, poemas, cantó a los cuatro vientos, gritó su verdad y sus inconformidades. Trabajó en la radio, hizo poesía, organizó a todos los cantantes criollos de Lima. Pregonó sus puntos de vista y sus lisuras. Fue una mujer incomparable. En los años que estuvimos a su lado publicó su libro Cajón de Sastre, recuento de ese tiempo y esa época que vio la luz entre conversaciones y tertulias.
Caminar del brazo de Serafina Quinteras o conversar con ella era un deleite siempre. Su charla se distinguía por su humor fino y sutil. Nos hablaba de la historia y de cómo ella había enfrentado al poder, musicalizando sus versos, tocando su guitarra y transmitiendo, en un lenguaje coloquial, conceptos profundos de la vida. Serafina se reía de las dictaduras y de las banalidades del congreso en la letra de su vals Parlamanias, en donde expresaba, realmente, todo lo que el pueblo quería decirle a los gobernantes.
Sus padres fueron también poetas y esa era la razón de su familiaridad con las formas. Decía haber crecido entre octavas, décimas y redondillas, y jugar con las palabras yendo de la alegría a la nostalgia, o pasando, de un momento a otro, de las lágrimas a la risa. Era romántica y cálida, limeña hasta lo más profundo de su ser.
El año de 1992 tuvimos la fortuna de celebrarle sus noventa años en la residencia de la embajada, en Barranco. Esa noche la residencia se llenó de los criollos limeños frase cariñosa con que Serafina Quinteras se refería a sus amigos y contertulios. Esa noche fue mágica para Lima, para Edgardo y para mí. Estuvieron presentes todas las personas que ella quiso. Nos acompañaron a festejarla Alicia Maguiña, Las Limeñitas, Ricardo Blume, Oscar Avilés, Susana Baca, Eva Ayllón, el Zambo Cavero, Abelardo Vásquez todos felices de pisar el suelo mexicano de la residencia diplomática y de poder manifestar el amor que muchos peruanos sienten por nuestro país, México. Cuando fueron llegando, Serafina nos los presentaba, uno a uno, nos hablaba de su trayectoria, de sus obras, de sus vidas. Esa noche hizo que creciera en nosotros, como nunca, la admiración y el cariño por Perú.
Ese día Las Limeñitas, Graciela y Noemí Polo, cantaron a voz en cuello su Lima de siempre y los aires barranquinos se deleitaron escuchando aquellos versos que Serafina hizo vals. Todavía recuerdo :…casi nada queda de lo que fue Lima; para mí eres siempre la Lima primera y te llevo entera en el corazón…; pero de la Lima que fundó Pizarro no queda ni la Plaza de Armas ni su tradición…; no pido que vuelvan virreyes ni esclavos…amo el adelanto; y tal vez en Acho hay algún domingo en que se estremece la sombra y el sol… Qué maravilla de vals para recordar a la Lima de siempre.
Fueron solamente 4 años de nuestra estancia en Lima pero suficientes para conocer a Serafina muy a fondo. Ella dejó en nosotros toda la admiración y el cariño que ella sentía por su ciudad. Era limeña hasta la médula de sus huesos.
Con frecuencia nos llamaba para invitarnos a una jarana. Nunca dijimos que no, al contrario si pasaban los días y no sabíamos de ella la buscábamos con desesperación. Pasábamos a recogerla al 306 de Mariano Carranza en Santa Beatriz. Llegar a su casa era cruzar ese portón labrado en maderas viejas fuertes, carcomido por la garúa y el tiempo. Era traspasar el umbral y esperarla a que terminara de arreglarse, verla salir impecable, ya en aquellos días su apariencia era frágil, delgadita y pequeña. Salía siempre con una sonrisa en su rostro y muy cariñosa. Nos ponía al corriente de lo que íbamos a vivir esa noche. Tomábamos hacia al centro de Lima, unas veces; otras, por Surco o Barranco. Recorrimos todas las peñas de aquellos años escuchando a los criollos cantar sus maravillosos valses y saboreando la riquísima comida peruana, unas veces seco de pescado, otras ají de gallina, nunca faltó ni la canchita ni la chicha morada y mucho menos el pisco sour. Ella siempre sabía en dónde estaba la jarana.
Nunca la llamamos Esmeralda como era su verdadero nombre, siempre fue para nosotros Serafina. Nos dio su corazón y nosotros respondimos con toda nuestra admiración y cariño. Conocimos su poesía, su manera de hablar sobre el Perú, recorrimos a su lado calles y calles de esa Lima que ella llevaba en la sangre. Estuvimos muy cerca de ella durante todos aquellos años. Hicimos una muy bonita amistad.
Nuestro asombro crecía, poco a poco, cuando fuimos investigando su vida, o preguntábamos a los amigos por ella. Nos encantaba oír todo lo que ella no contaba. Ella solo hablaba y vivía el presente. Desbordaba alegría a cada paso y era generosa en dar lo suyo a todos los que la rodeaban.
Oímos cantar y cantar todas sus canciones. La muñeca rota entró en nuestra sangre. Las notas de sus melodías y la letra de sus canciones, el terciopelo de tus marimoñas y la tristeza de tu desencanto hoy nos recuerdan esos inolvidables valses peruanos que expresan la dulzura y la profundidad de ese país que vio nacer a doña Esmeralda Gonzáles Castro como realmente se llamaba Serafina.
Adoraba Lima. Recorrimos con ella el puente de los suspiros, en Barranco, al tiempo en que nos contaba su cercanía y amistad con Chabuca Granda a quien ella llamaba Hermana Infinita.
Estar al lado de Serafina era vivir la Lima de antaño, era solazarse en el costumbrismo de su creación, era escuchar de su propia voz poemas De la misma Laya o de su Cajón de Sastre. Era vivir en verso era escuchar de sus labios las palabras que le escribió José Santos Chocano: quisiera refundir y concentrar todas las aguas del mar en una esmeralda. -Qué momentos inolvidables para nosotros!
Nos contó con mucha discreción que su padre había sido diplomático ecuatoriano porque ella era muy modesta y prefería compartir lo de los demás y no lo suyo. Cuando hablaba de los que quería era generosa en elogios.
Compartimos con ella durante toda nuestra estancia en Lima el amor y la nostalgia por la vieja Lima, la de sus balcones hermosos, la Lima de su juventud en donde no llegaban a 150mil habitantes, a la que le cantó su Lima de siempre, su Lima de antaño a la que pedía que no la mutilaran.
Fue una aventura inolvidable conocer a Serafina Quinteras, madre de la gran poeta peruana Blanca Varela y comprobar que el dicho de tal palo tal astilla es muy sabio. Valió la pena ir al Perú de Serafina Quinteras.
Serafína Quinteras una gran peruana y una inolvidable amiga. Vive en nosotros en su música y en el recuerdo de tantos momentos compartidos durante mi misión como embajador de México en el Perú.
Todavía recuerdo cada canción de Eva Ayllón cuando fuimos a verla al lugar donde se presentaba en Lima. Serafina Quinteras forma parte de una generación de mujeres de tertulia que abrieron paso a la voz de escritoras y poetas. Leer su Cajón de Sastre es un deleite, que jamás sobrepasará el lujo de haberla escuchado en persona y a través de la radio de su tiempo. Yo la conocí gracias a la amistad que tenía con ustedes, en la casa de Barranco, y tenía una simpatía que te envolvía. De un gran sentido del humor y mucho sarcasmo entretejido en ese fino-hablar del peruano. ¡Un lujo conocer a Serafina Quinteras y a Blanca Varela!
De verdad que su personalidad te envolvía! Una mujer ejemplar.