Maruja Vázquez

¡Amiga para siempre! Cada vez que me como una tortilla de patatas recuerdo los días inolvidables que pasé a su lado en aquel hermoso departamento de Montreal. Ejemplo de mujer que emigra a otro país dejando el suyo con dolor en el alma. Image

Entrevista a Maruja Vázquez

 

En nuestra vida de trabajo diplomático hemos conocido un sin fin de personalidades, de todas hemos aprendido mucho y hemos escogido a todas aquellas que nos han dejado una huella en el corazón por su calidad humana y su grandeza de sentimientos para relatar su relación con nosotros.

Por esta razón  escogimos a Doña María Francisca Sánchez Gómez,  conocida en Montreal  como Maruja Vázquez. El nombre de Francisca se lo pusieron porque era el de su abuela paterna y, como su madre no quiso contradecir a la suegra, simplemente llamó a su hija, con el nombre que le gustaba:  MARUJA

Maruja es española, nació en la ciudad de La Coruña, capital de Galicia, por aquellos años. Su infancia fue provinciana y llena de mucha alegría. Siempre muy cerca de sus padres y consciente de que ya desde entonces era importante conocer otras lenguas y otras culturas. A los catorce años viajó a Lisboa  y ahí afianzó su deseo de conocer el mundo.

A los dieciocho años comunicó a sus padres me caso, y ellos no tuvieron más que aceptar su decisión y hacer todos los preparativos para que en tres  meses fuera la señora de  Manuel Vázquez  Alonso. Maruja  piensa que hizo la mejor elección de su vida.  Manuel  vivía también en La Coruña aunque había llegado años antes de Ferrol, la tierra del Caudillo. Se trasladaron a Galicia porque el padre de Manuel trabajaba para la diputación provincial.

Ya casados vivieron en la región algunos años, pero a ambos les era atractiva la idea de dejar el viejo mundo y traspasar el océano en busca de mejores horizontes. Desde entonces, ya dos hermanos de Maruja habían emigrado y eso también motivaba a la joven pareja a  aventurarse. Por otra parte, eran momentos muy difíciles para España, la Guerra había dejado gran desolación y dolor.

Tomaron la decisión de viajar a Canadá a cuyas tierras llegaron en 1957, con la intención de trasladarse a los Estados Unidos. En Canadá la  primera impresión fue el aeropuerto de Dorval que lo encontraron muy mal instalado, pero la impresión quedó superada a los dos días del arribo, cuando Manuel  su marido encontró el trabajo que le dio sustento hasta su muerte.

Manuel comenzó a trabajar en una oficina de importación de frutas y legumbres y conoció a fondo el ambiente de la importación de productos. Llegó a ser gerente de la Asociación Nacional de Importadores Canadienses.

Maruja siempre fue consciente de que su misión en la vida era mantener unida a su familia, educar a los hijos, transmitirles sus valores y comunicarles la cultura en que ella había nacido. Llegó a Montreal con dos niños y acá nacieron otros dos. Tuvo pues  tres varones y una mujer. Confiesa que uno de los momentos más felices de su vida fue cuando dio a luz a su hija, María Cristina, su compañera entrañable de toda la vida.

La vida caminó a grandes pasos, y Maruja vivió siempre feliz en Montreal, no obstante que al principio la embargaba una nostalgia muy grande por su España querida;  me dijo ¨ ¡la morriña estaba siempre conmigo! Sin embargo después de dos viajes, como todo emigrante, supe que mi lugar era donde estaba el trabajo de mi marido y la vida de mis hijos. A partir de aquellos momentos disfruté todo lo que se me iba presentando, viajé por Estados Unidos, me reuní con mis hermanos, compartí con ellos sus penas y algunas de sus alegrías, y crecieron mis hijos. Mi marido trabajó mucho, tuvimos momentos de gran satisfacción y de profundo dolor como la muerte de mi hijo Johnny.   Aquí, la Maruja inquebrantable se vuelve frágil hasta las lágrimas y me dice: Lili, llegué a pensar que mi vida ya no tenía sentido. Pero en aquel dolor tan tan profundo renací y viví por el resto de mi familia y por mí misma…¨

¨Cultivé con pasión la lectura, leí muchas biografías, género que me apasiona. Estudié a fondo a Cervantes y por ello amo tanto mi lengua, mi país, mis tradiciones.  Viajé por el mundo entero. Lucí con gallardía mis mantillas españolas, mis peinetas, mis mantones de Manila. Conservo el gusto por la tortilla de patatas y en mi casa siempre se habla del folklore andaluz y es una tradición familiar tomar buenos vinos españoles¨.

La elegante Maruja piensa que los mejores años de cualquier mujer es la década de los cuarenta, cuando todavía hay juventud, entusiasmo, mucha vida y algo de madurez.

Maruja dice:  ¨Tengo cinco nietos varones, dos nueras y un yerno canadienses. Con mis hijos y algunos de mis nietos siempre hablo español. Quiero profundamente a Montreal, tengo aquí muy buenos amigos con quienes he compartido gran parte de mis casi 79 años. Sigo de cerca los eventos políticos y sociales quebequenses, participo en grupos de oración y trato de conocer a fondo la religión católica que profeso desde mi primera infancia…¨.

Maruja vive en un departamento hermoso, que fue parte de una antigua iglesia. En un ambiente rebosante de energía positiva y calor humano. Decorado con un sinnúmero de cuadros pintados  por su esposo y con colecciones de porcelanas de Lladró y objetos de  gusto exquisito. Departir con ella unos momentos es saborear su cocina y deleitarse con su amena conversación y sus recuerdos llenos de emoción.

Cuando le pregunté si se siente española,  con la voz entrecortada me contestó: ¨Lili, no sé…llevo una llaga muy profunda en el corazón porque cuando estoy en España soy canadiense y cuando estoy en Montreal soy española…Lo que puedo asegurarte es que ésta es la tierra de mis cenizas!!!  Y ahora vivo día a día, tratando de hacerlo con toda la madurez de que soy capaz y con mucho entusiasmo, pensando que la única ilusión para mi mañana es reunirme cuando Dios lo decida con ese marido inolvidable que me dio 52 años de amor profundo¨.

La actitud de Maruja ante la vida nos deja una sensación de plenitud. Con la descripción de los hechos más trascendentales de su existencia nos enseña que cada ser humano tiene su cuota de dolor, de alegría y de satisfacción. Queda una convencida de que para Maruja, lo importante es jamás perder el entusiasmo y dar siempre la cara a los altibajos de la vida con toda  entereza.

No hay duda de que lo que se siembra,  se cosecha. Maruja está feliz con lo que Dios le ha dado: un marido y un hijo que siguen presentes en lo más profundo de su ser. Tres hijos más que aquí y ahora la acompañan en las vicisitudes diarias;  y cinco nietos españoles-canadienses, que son símbolos tangibles de que la vida fecunda de su abuela Maruja  deja en ellos un ejemplo a seguir.

Maruja fue una de las amigas más sinceras que han acompañado mi vida. Decirnos adiós fue muy duro para ella y para nosotros. Cuando nació nuestro primer nieto nos envió como regalo un pájaro de cuarzo rosa brasileño hermoso porque tuvo que quitar su departamento e irse a vivir a una casa de retiro. Hace ya tiempo que no sabemos de ella pero que la llevamos muy dentro de nosotros no cabe la menor duda.

Lilí Bolívar de Flores Rivas

 

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