LA MUJER MEXICANA

Para sustentar mi perspectiva sobre la mujer mexicana, he tenido que reflexionar sobre los diversos aspectos de la vida que han condicionado el estatuto de la mujer en México, ya que éste es fundamentalmente un producto de las democracias occidentales. En México, aunque aparentemente ha sido un tema de constante discusión, hasta la década de los 50´s es cuando podemos realmente considerar el primer hito en ese desarrollo de género. Es en esa década en que se aprueba legislativamente el voto de la mujer. Fuera de ese gran tema, no hubo necesariamente reformas profundas del aparato del Estado, ni de legislación complementaria, sino hasta la década de los 70´s. Me atrae conocer a fondo lo que hace a la mujer mexicana ser como es. Trato de entender las sutilezas que han condicionado sus reacciones en este mundo mexicano de hombres en que todavía sigue estando inmersa, como en el resto del Tercer Mundo. Pero el atraso todavía existente, en nuestro país asume características muy sui generis. Cierto que ni para el hombre, ni para la mujer ha sido fácil compaginar, los intereses de uno y otro género, y el árbitro gubernamental ha procurado tener la menor injerencia posible. He derivado algunas conclusiones de fuentes consultadas, con motivo del Día Internacional de la Mujer, que se conmemora cada marzo a partir de la Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en la ciudad de México, en 1976. He llegado, a la conclusión de que el camino de los mexicanos, y especialmente de la mujer, ha sido muy arduo, por los prejuicios, y el afán de dominio que permea a la especia humana, y que en México se presenta con menos sutileza y en forma verbal más sonora. En México y en América Latina, hemos sido ciertamente un género sometido; pero hay que reconocer que llegamos al siglo XXI en un clima de mayor libertad, con un número ya considerable de mujeres profesionistas, y, podríamos asegurar, con un margen de acción laboral accesible para aquellas inconformes con su rol anterior. Sobre todo, la lucha por los espacios sociales, tiene mayor contundencia por la evolución internacional de los derechos humanos, ya que guste o no, pues aunque discutidos y aprobados a nivel internacional, en México han tenido que quedar plasmados en nuestra propia legislación nacional para que el gobierno de México mantenga formalmente una imagen de respeto por esos derechos humanos, ante la comunidad internacional. Tenemos ya más de 6 décadas de hablar y actuar en materia de género. Voltear al pasado, nos permite recapacitar sobre todo lo que nuestras antecesoras hicieron para que hoy día gocemos la situación que ha tocado a las actuales generaciones. Sin embargo, la lucha de género permanece porque ciertamente la mexicana está muy atrás en su régimen, digamos en comparación con la alemana, la escandinava, o las norteamericanas. Veremos resultados más tangibles con la joven generación de mujeres, que ya no espera concesiones, y que abarca los nuevos estadios de libertad e igualdad en todo aspecto, con naturalidad y sin complejo alguno. Las mujeres de antaño aceptaban como algo irremediable su rol de sumisión ante el padre, los hermanos y el esposo. En nuestro nuevo entorno, nuestras hijas y nuestras nietas ya no aceptan ni social, ni legalmente, un status de inferioridad. Ciertamente que hay resabios del machismo, de la abnegación forzada, y ciertos prejuicios e ignorancia que adjudicaban más valor a la fuerza física por sobre la sensibilidad y la igualdad del intelecto. Para la mujer en México, la lucha ha sido dura y azarosa. La Revolución de 1910 mostró a un género fmenino beligerante, tanto en el campo de batalla con las soldaderas, como en las artes, con personajes como Frida Khalo, María Antonieta Rivas Mercado, Lupe Marín, María Izquierdo, o Lola Olmedo, para mencionar unas cuantas. Su liderazgo, nos muestra una galería de paladines femeninas, con una fuerza emocional e intelectual que trascendió allende nuestras fronteras y, en pleno siglo XXI, se sigue hablando de ellas con admiración y como íconos del arte y de la lucha social. El avance es innegable en espacios anteriormente reservados al dominio de los hombres. Estos acaparaban desde el trabajo intelectual hasta los deportes, y sus áreas de recreación y socialización como los bares, las peluquerías y los clubes, quedaban –incluso por ley- proscritos para la mujer decente, a la que se le daba tratamiento de menor de edad. El feminismo de las últimas décadas ha rescatado también las carreras científicas, ámbito muy masculino. Ahora, la mujer ya es astrónoma, matemática, física, química, médico de alta especialización, y política en niveles ministeriales y de gobierno de los Estados. La meta de todas nosotras ha sido vivir en un mundo igualitario, en espacios compartidos entre hombres y mujeres. El feminismo ha impulsado la participación irrestricta de la mujer en todo quehacer humano, ya que un mundo sin mujeres presentes y activas en todos los campos de la sociedad, es irreal, es hipócrita, y es anti-natura. Desde niña, he disfrutado ser mujer. Creo que no hubiera podido ser hombre. Me gusta ser una profesionista, pero también me atrae sobremanera, la ternura, los detalles, las pequeñas cosas que hacen la vida agradable, el romanticismo y la delicadeza. Creo que todas estas características son las que definen el sentirse mujer, y todo ello está en la base de la creatividad y la comprensión de que la vida no es estrictamente utilitaria. Nuestra femineidad humaniza también el enfoque varonil, su supuesto sentido práctico, y su actividad física, áreas más rudas, que son propias del hombre en respuesta a su propia naturaleza y físico. Las mujeres tenemos sensibilidades diferentes. Somos pues biológica y emocionalmente complementarias del género masculino. La maternidad nos hace únicas en nuestro género y el hecho de que solamente nosotras podamos perpetuar la especie en nuestro propio cuerpo, nos ratifica esa unicidad. Ser mujer es algo maravilloso y de ahí la necesidad de aportar todo lo que traemos dentro, sin límites y mucho menos prohibiciones. Queremos ser madres, pero igualmente queremos ser ciudadanas de primera con capacidad para desarrollarnos en el campo profesional, artístico, político, o simplemente en el rol de madres y esposas, conforme nosotras lo elijamos, y no por imposición. Exigimos ante ello, que nuestra naturaleza se valore y respete como se hace con cualquier profesión bien llevada. Image

ASPECTOS HISTORICOS DE LA LUCHA POR LA IGUALDAD DE GÉNERO

 

La mujer en la historia de la humanidad ha ocupado diferentes sitios. En la Grecia clásica, ser mujer no era algo deseable, las mujeres tenían el mismo status que los esclavos y los extranjeros; es decir, no gozaban de derechos cívicos, ni se les permitía la participación política.

 

Platón buscó en su República la construcción de una sociedad perfecta en la que consideró la naturaleza igualitaria de la mujer con la del hombre, pero -para sus contemporáneos- eso sonaba irracional. Su discípulo, Aristóteles, anunció por su parte que la mayor virtud de la mujer era el silencio.

 

En Roma, la mujer patricia jugó un rol importante pero siempre tras bambalinas. No obstante, la historia registra que, a veces era la esposa o la madre del emperador, quien realmente  llevaba las riendas del Imperio, como en el caso de la esposa de César, o de Agripina la madre de Nerón. Ya en la Europa feudal y el Renacimiento, se vio el surgimiento de reinas poderosas que dirigieron los grandes imperios. Tal fue el caso de Isabel I de Inglaterra que desde Londres, unificó las Islas Británicas, y llegó a conquistar y a reinar sobre grandes territorios de ultramar. También el de Isabel la Católica de Castilla, que propició el descubrimiento de América; o María de Médicis en Francia durante la Ilustración, ya que fue ella quien sentó las bases de la fortaleza de Francia en Europa y en el mundo.

 

Sin embargo, es hasta el siglo XIX cuando hay atisbos de reforma profunda para el régimen de la mujer. El británico Stuart Mills, educado en los principios del utilitarismo y del radicalismo filosófico, propugna la importancia del voto de la mujer. Tal vez su enfoque fue efectivamente utilitario, ya que en la democracia ejemplar inglesa el número de votos, desde tiempo inmemorial, ha determinado el rumbo de la sociedad y del gobierno de esa gran nación.

 

Estos eventos marcan el inicio en Occidente de la participación política de la mujer.

 

 

CARACTERIZACION DE LA MUJER MEXICANA

 

Trataré de hacer un perfil de la mujer mexicana, aunque peque en mis generalizaciones, ya que los seres humanos somos únicos e irrepetibles. Me centro en la condición de la mujer mexicana porque es lo que yo soy, y es a quien conozco a fondo.

 

Siempre hay rasgos e inclinaciones nacionales, aunque diferenciadas por los niveles de educación, de cultura y de sensibilización social. Esos factores son los que dan calidad a nuestra actuación social y rigen los compromisos que asumimos en nuestra vida.

 

Como seres humanos encarnamos nuestra tierra y nuestro clima. Como entes culturales somos y valoramos sobre todas las cosas nuestra comida, nuestra música, nuestras tradiciones, nuestro idioma, nuestro pasado histórico, nuestro mestizaje, nuestras costumbres, y las modalidades que damos a la vida familiar.

 

En México la mujer ha tenido que enfrentar los estereotipos establecidos. El hombre mexicano proyectado durante la época de oro de nuestro cine, fue el del ser humano con características de macho, distante y ajeno al sentimiento; el que nunca llora, el  amoroso pero conquistador y amante de varias mujeres al mismo tiempo, el que canta al amor pero con pistola al cinto. Curiosamente,  a las mujeres de la época esta imagen las entusiasmó, y las ayudó a resaltar para ellas mismas las cualidades opuestas, es decir la de mujer abnegada, silenciosa, tranquila y aguantadora de los desmanes masculinos. Esta fue la época de nuestras madres y abuelas.

 

El común de las mujeres no tenía tiempo para ocuparse de sí mismas, ya que eso era mal visto.  Sólo centraban su atención y esfuerzo en criar a los hijos, y estar al pendiente de ellos las 24 horas del día. Su labor era ayudarlos en su educación, aunque ellas no hubieran sido educadas por el simple hecho de ser mujeres. A las hijas les imbuían  las artes de la cocina, de la costura y del bordado, y –sobre todo, se les resaltaba la gran cualidad de ser sumisas a su marido: ¨Pregúntale a tu papá. Él sabe mejor de esas cosas” o ¨Pide permiso a tu padre antes que nada¨

 

Ciertamente que ese estado de cosas fue un avance, comparado con lo que sucedía en México en el siglo XIX en que la mexicana no tenía más posibilidad que el claustro o el matrimonio concertado sin tomársele en cuenta, para ser vista socialmente con respeto.

 

Dentro de esa mediocridad generalizada, hay que resaltar a algunas mujeres extraordinarias de ese pasado tan injusto y riguroso. Ellas poco a poco fueron construyendo los puentes y abriendo el surco en nuestro camino. A veces su conducta se calificaba de escandalosa o impúdica conforme a los valores de su época; pero no claudicaron y nos pusieron el ejemplo. Tal vez algunas de ellas ya sean conocidas de ustedes, mientras que otras sean anónimas. Así que a continuación hablaremos de algunas de esas mujeres icónicas, para que ustedes puedan calibrarlas.

 

Por ejemplo:

 

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ


La décima musa como se la conoce en el mundo literario, es el parteaguas de la mujer mexicana en el México del Siglo XVII, en la entonces Nueva España. Nació en el valle de México, es decir en el centro de la República, en el año de 1651, hija ilegítima de una madre mexicana y un padre español. Desde muy niña tomó conciencia de que ser mujer era el obstáculo a vencer en su medio para desarrollarse como ser humano. Aunque internamente rechazaba las labores permitidas a las mujeres de su tiempo, de cualquier forma tuvo que servir a algunas de las señoras  encumbradas del Virreinato. Afortunadamente para ella por poco tiempo.

 

Tuvo la intuición de que la educación era imprescindible para iniciar el camino. Aprendió náhuatl el idioma de los aztecas vencidos, leyó a los clásicos europeos y dominó el latín. Pensó hasta en la posibilidad de vestirse de hombre para asistir a la universidad pero al final de cuentas decidió recluirse en un convento, optando por la vida de una monja jerónima.

 

Su vida intelectual, barroca hasta la médula, la lleva a ser la gran poetisa de  la época colonial. Su repertorio  también se enriqueció con el teatro y hasta música, en cuyas disciplinas también aportó. Aprovechó el convento y sus naturalezas seculares para desarrollar sus aficiones intelectuales, y convirtió su celda en un espacio de libertad para estudiar, para solazarse en la escritura de su prosa verbalizando sustantivos y sustantivando verbos. Se permitió jugar con simpática ironía pero profunda seriedad con las libertades gramaticales y también con las hipocresías de su época.

 

Su legado fue una  formidable obra literaria que cada vez es más apreciada y valorada por las nuevas generaciones de mexicanos y mexicanas, pero para las mujeres actuales de México, Sor Juana no solamente es una gran figura de las letras barrocas hispanoamericanas del siglo XVII, sino una de las pioneras que abrió camino a la mujer en la historia de nuestro país.

 

Su poesía nos  enseña qué es la mujer, y nos hace recorrer con figuras de dicción los sentimientos femeninos, para prepararnos con delicadeza, para contrastar y hasta para confrontarnos, con el género opuesto. Nos habló con verdades místicas, pero nos enseñó un léxico, inexistente antes de ella, para articular con transparencia lo que somos como mujeres.

 

Con inusitada firmeza de mujer, cumplió con todo lo que la sociedad virreinal de su tiempo esperó y exigió de ella, pero utilizó su triunfo poético para delatar abiertamente la opresión de la mujer de su siglo.

 

Murió a causa de una epidemia de cólera en 1695, a los 43 años de edad.

 

Octavio Paz, Margo Glantz y otros escritores han relatado su vida y nos han descifrado el valor de su obra literaria.

 

Sor Juana es la autora del filoso estribillo…

 

Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin saber que sois la causa de lo  mismo que culpáis…

 

Transportémonos al inicio de la Independencia con:

 

DOÑA JOSEFA ORTIZ DE DOMINGUEZ

 

Vivió en las postrimerías del siglo XIX, siglo de nuestra Independencia de España. Murió a los 61 años, madre de una docena de hijos. Muy joven quedó huérfana de padre y madre y tuvo que ocuparse de su hermana María. De niña asistió a la prestigiosa escuela de las monjas Vizcaínas donde aprendió a  leer y a escribir, y recibió nociones básicas de matemáticas. Por ser mujer, se le enseñó a bordar, a coser, y a cocinar. Fue para todo efecto una mujer criolla refinada,  y nada sumisa.

 

A los 23 años casó con don Miguel Domínguez quien llegó a ser corregidor o gobernador colonial de Querétaro. Ella conoció la Ilustración francesa en el grupo literario al que asistían el párroco don Miguel Hidalgo; el capitán del Ejército colonial Ignacio Allende y los hermanos Aldama, todos ellos  la plana mayor de la insurrección de independencia.

 

Cuando el complot es descubierto por la autoridad colonial, doña Josefa, a la sazón  corregidora por ser esposa del gobernador, es encerrada bajo llave por su marido, para asegurarse de que no se involucraría en el movimiento. Pero ella se las arregló para informar a don Miguel Hidalgo en el poblado de Dolores, Guanajuato que la conspiración había sido descubierta. Así dio al Padre de la Patria la ocasión de convocar al pueblo a levantarse en armas, la noche del 15 de septiembre de 1810, acto con el cual se inició la guerra de independencia que concluirá 10 años después.

 

Los corregidores fueron después apresados. El cura Hidalgo fue trasladado al Convento de la Santa Cruz, fusilado y decapitado,  y a doña Josefa se le recluyó en el convento de Santa Clara. La justicia fue con ella muy severa y el juicio que se le practicó la declaró culpable de traición a pesar de la defensa de su marido que era  abogado.

 

Doña Josefa nos dejó un legado invaluable de solidaridad y rectitud. Su firmeza ideológica propició a tiempo que México alcanzara su independencia y, hasta su muerte, estuvo ligada a los grupos liberales de carácter radical. Estos dieron consistencia conceptual a la insurrección, curiosamente bajo el grito de Viva Fernando Séptimo, personaje liberal que pretendió modernizar a la metrópolis española.

 

Doña Josefa padeció el siglo XIX en que la mujer mexicana no tenía más posibilidad que el claustro o el matrimonio, puesto que su destino era servir a Dios o a su marido y, si era bella, adornar los salones coloniales del Virreinato. Si fea o indígena, le correspondía servir a los señores todavía feudales cuando ya en la España continental el liberalismo empezaba a echar raíces con la Constituón de Cádiz. Sin embargo, las fuerzas invasoras napoleónicas barrieron lo poco que se había avanzado en términos sociales y políticos.

 

La guerra de independencia significó cambios en la estructura político/social del México colonial, pero respecto a la mujer no hubo cambios sustantivos.

 

Cien años después veremos el alumbramiento de:

 

 

LAS ADELITAS

 

Mujeres, en su mayoría anónimas, esposas y amantes de nuestros revolucionarios de 1910, año en que México se convulsiona contra la dictadura de Porfirio Díaz. Personaje heróico convertido en tirano. Aunque héroe de las batallas contra el Segundo Imperio instaurado por los franceses y los austriacos en nuestro país, después afrancesó a la aristocracia mexicana y profundizó las diferencias sociales y económicas entre los mexicanos.

 

Las Adelitas, o soldaderas, fueron mujeres valientes y bragadas que salieron al campo de batalla  para mantener la fuerza de sus hombres y la unidad de sus familias en la guerra civil, un siglo después de la gesta de Independencia liderada por el cura Hidalgo. Se ocupaban de preparar la comida de los soldados, les inspiraban a mantener la perseverancia,  les alegraban las tertulias entre batalla y batalla, les acompañaban con canciones que arengaban a la masa campesina, y eran heroínas en los corridos y en las historias que narraban los hechos de la refriega.  Mujeres que vivían a fondo los problemas contra los cuales se luchaba. Por ello se entregaban con esa solidaridad sin límites a la gesta revolucionaria.

 

El movimiento de 1910 fusionó a los mexicanos. Fue el crisol del mestizaje. Hizo surgir de lo más profundo del México bronco nuestra verdadera identidad. No fue de derecha ni de izquierda. Fue nacionalista. Significó la búsqueda de una mexicanidad con justicia y equidad en un mar de contradicciones, contrastes y violencia. La tierra, el agua, el subsuelo, pasan a la Nación no a los individuos, para lograr una más equitativa distribución. El trabajo, la educación, la salud, se convirtieron en derechos sociales, diferentes de las garantías individuales, y de todo ello surge una Constitución que nos ha regido desde 1917.

 

La Revolución Mexicana conquistó no solamente el poder político, sino que definió los rasgos culturales y raciales que nos diferencian y por los que nos conocen en el mundo. Y en este movimiento la mujer mexicana surgió como una fuerza incontenible como veremos más adelante, en:

 

 

LA DÉCADA DE LOS 30s Y LA MUJER MEXICANA 

 

El auge cultural postrevolucionario se manifiesta en la literatura, en el muralismo pictórico, en el cine, en la música mexicana, en un escenario no versallesco como durante la dictadura de Porfirio Díaz, sino en el del México campirano, de charros, adelitas, soldaderas, guitarras, pistolas, cananas y caballos.

 

La idealización del movimiento revolucionario inmortaliza a México en Iberoamérica y España. La cinematografía y la creación musical se dieron vuelo y tanto se oía la música mexicana en los Balcanes como en Bolivia. Floreció el género de la canción ranchera, que canta al amor perdido, a la mujer ingrata que hiere el alma, a la patria, a la madre, al suelo que nos vio nacer.

 

La década de los treinta produjo en el arte y en la militancia a un grupo extraordinario de mujeres que salieron a la calle, al arte y a la política asumiendo todos los peligros, superando las dificultades, los sufrimientos y las soledades, para poner las bases de un nuevo México donde la mujer debía conquistar espacios y plantarse ante la arbitrariedad de género con firmeza.

 

Estas mujeres desafiaron a la sociedad entera, al Estado y a la Iglesia,  a los padres y al marido, para oponerse al proverbio popular que sustentaba la opresión femenina diciendo que  La mujer era como la escopeta, y… ¡Había que mantenerla cargada y en un rincón! Fue necesario echar abajo el Líbrenos Dios de decidir la propia vida y romper tabúes, y todo esto lo hizo un buen grupo de mujeres al que se le descalificaba tachándolas de comunistas.

 

Era un México que atrajo a intelectuales y a extranjeros, hombres y mujeres que querían participar en ese experimento que significó la Revolución mexicana, paralelo al de los Soviets que se habían estrenado en Rusia, pero sustantivamente diferenciados. Sin embargo, la izquierda nacionalista de nuestro país abre espacios de refugio para aquellos que fueron los expulsados por razones políticas de otros Estados, a extranjeras notables como la fotógrafa italiana, y activista política Tina Modotti, que llegó a nuestro país a nutrir el arte y la militancia.

 

Como nunca en México surge un  grupo de mexicanas únicas y atrevidas que aceptaron el desafío sin importarles el que dirán. Entre ellas, sobresalen: Lupe Marín, primera esposa de Diego Rivera; Carmen Mondragón, conocida como Nahuí Ollín, escritora; María Izquierdo, pintora; Antonieta Rivas Mercado, rica mecenas de artistas, pintores y escritores; Lola Alvarez Bravo, fotógrafa extraordinaria y esposa del también gran fotógrafo Manuel Álvarez Bravo;  Concha Michel, escritora; Frida Kahlo, mujer de Diego Rivera hasta su muerte y pintora surrealista impactante, activista política y militante del proscrito Partido Comunista Mexicano.

 

Estas mujeres de excepción decidieron cabalgar y derribar los obstáculos sin dejarse amarrar las manos ni tapar los ojos. Las que tenían maridos mujeriegos los abandonaron, tuvieron ellas sus propios amantes, se regocijaron en el escándalo, y su obra pionera y sus capacidades artísticas y de militancia social las llevó a la inmortalidad.

 

Elena Poniatowska dice hoy día en uno de sus libros: Todas ellas fueron mujeres muy trabajadoras que se bastaron a sí mismas cuando en la época la mayoría de las mujeres se colgaban a sus maridos como la miseria al mundo.

 

Eran pues mujeres que no peleaban por dinero, sus distanciamientos eran por sentimientos muy genuinos. Defendían sus ideales políticos, sus espacios de trabajo, sus formas de actuar y de ver la vida aunque ello estuviera en franca contradicción con los valores sociales imperantes.

 

Una entre estas mujeres especiales fue:

 

 

FRIDA KAHLO

 

Nació en 1907 pero siempre pensó que se había anticipado pues a ella le hubiera gustado nacer en 1910 cuando el gran movimiento revolucionario que parió el México moderno.

 

No tuvo esa suerte, como no tuvo muchas otras. Fue una mujer sin paralelo a quien la vida la colmó de sufrimientos,  pero también de dignidad, para vivir la enfermedad y la contrariedad. Conoció la felicidad al lado del hombre que más amó, el gran pintor Diego Rivera, en un lecho de dolor constante por sus múltiples heridas, enfermedades, y tormentos psicológicos. Injustamente para ella, el dolor físico que padeció, nos dejó un legado pictórico sui generis, y una enseñanza de vida para muchos incomprensible pero universal.

 

Joven rebelde y valiente que se impuso a su destino. El motor de su existencia fue la pasión y la sensualidad. Recorrió la vida con la frente en alto, congruente su actuar con su pensar,  atrevida en sus sentimientos, innovadora en el arte y estoica en sus 32 intervenciones quirúrgicas.

 

Frida conoció el dolor desde muy niña, a los tres años padeció de una poliomielitis que marcó su cuerpo para el resto de sus días y que le dejó secuelas permanentes. En la preparatoria encontró  su primer amor, Alejandro Gómez Arias, lo amó con pasión juvenil, como puede leerse en sus sueños hechos cartas. Él, a su vez, la consideró hasta su muerte como una mujer excepcional.  Alejandro viajaba con ella en el tren que al accidentarse le atravesó el cuerpo a la mitad y que torció en definitiva su porvenir.

 

Su rebeldía y su inteligencia la convirtieron en la cabecilla de un grupo de notables mexicanos, muy jóvenes en aquellos días, pero que más tarde forjaron el México de hoy. Los hombres de su entorno fueron, el político e intelectual Lombardo Toledano, fundador del Partido Socialista Mexicano, el economista Manuel Gómez Morín, creador del Banco de México y fundador del Partido Acción Nacional,  el propio Trotski asilado en México tratando de salvar su vida perseguida por Stalin, el escritor Javier Villaurrutia, el pintor Julio Castellanos, y otras personalidades de la pléyade ideológica y de artistas que conformaron el México de la actualidad.

 

La mexicanidad de Frida es conocida por todos. Sus trajes y peinados de tehuana son inseparables de su ahora calidad de ícono del arte mexicano. Pintó maravillosamente su dolor y sus carencias, y nos dejó un legado inigualable de mujer que libró batallas por su género y sembró sus convicciones de libertad como valores nacionales.

 

Sobresale también entre las mujeres recias:…



                                            MARÍA FÉLIX

 

Nació en 1914 en el bello pueblo norteño de Álamos, Sonora donde todo estaba en su lugar y lucía perfecto. Ahí pasó su niñez y cuando comenzaba su juventud se fue a estudiar a los Estados Unidos, extrañando su vida pueblerina, sus caballos, y su gente atrevida y franca. Esa experiencia la hizo rechazar el hecho de hacer su prestigio artístico en Hollywood y mostrar que podía ser una artista universal desde México y no desde el extranjero.

 

Su belleza le abrió las puertas de la fama y muy pronto dedicó toda su actividad al arte cinematográfico. Había cumplido apenas veinte años cuando filmó el inolvidable Peñón de las ánimas. A través de esa película, el mundo conoció la hermosura de su rostro. Rompió todos los moldes que quedaban de la mujer mexicana abnegada.

 

Se casó cuatro veces, y arrejuntó otras tantas. Contó entre sus maridos al gran compositor de boleros románticos y españolerías, Agustín Lara, que le compuso la canción María Bonita, llena de sentimiento para una mujer ahí a su lado pero inalcanzable en espíritu aun cuando ella, con su voz ronca repetía: mi flaco de oro me quiso como nadie más.

 

Fue esposa del guapísimo charro mexicano, Jorge Negrete, en una relación de príncipes criollos surgida de las controversias y desplantes de María en los sets cinematográficos. Fueron la gran pareja de la época de oro del cine mexicano hasta la muerte del charro cantor.

 

María fue símbolo del protagonismo femenino, de aplomo en todas las circunstancias de su vida, de excentricidad  elegante, de mexicanidad contundente, de fama interminable, de  amiga de grandes hombres, de modelo de lujo de Diego Rivera. Taurófila por excelencia, rica aficionada y propietaria de caballos pura sangre en los hipódromos del mundo, celebridad en las crónicas importantes de la vida social y política de México,  sin prejuicios moralistas y sin ocultamiento de datos. Se paraba como se pintaba. En eso sí era sonorense ¡hasta las cachas!

 

El pueblo de México la reconoció como mujer talentosa, inteligente, directa y guapa. Le brindó popularidad como  a ninguna otra y la aplaudió como a nadie hasta su muerte. En una entrevista se le preguntó que había dado al pueblo de México y contestó textualmente: Le he dado la imagen del éxito. Represento a la mexicana que no se deja. Soy muy respondona.  Y cuándo se le preguntaba de su permanente quehacer, decía: El no tener nada que hacer marchita.

 

En el otro extremo, se encuentra la mexicana intelectual encarnada por:

 

ROSARIO CASTELLANOS

 

Nació en 1925 en la ciudad de México. Creció en Comitán, Chiapas, al sur del país cerca de la frontera con Guatemala, nuestro vecino y hermano. Desde muy niña se adentró en la vida indígena de la zona, sus costumbres y sus hábitos, elementos todos que a ella le parecían fascinantes. Esa vivencia de colorido, de tradición y de desigualdad social la marcó en su vida personal  y en su obra literaria.

 

Volvió en su adolescencia a la ciudad de México en donde estudió la carrera de Filosofía y Letras, en la Universidad Nacional Autónoma de México. Su madurez como escritora y maestra universitaria, se corona por su gran aportación a las letras mexicanas con temas sociales y bella poesía.

 

Fue además de poeta, ensayista y novelista. Interpretó magistralmente la vida social de nuestros pueblos autóctonos en su literatura, profundizó en las desigualdades del indio y el mestizo logrando sobre ello una exposición espléndida en su novela  Balún Canán.  Pero tal vez lo más importante para nosotras, fue que puso a México a pensar con seriedad en las desigualdades de género y en el prejuicio popular que se tenía en México por la mujer culta y que tan bien lo plasma en su libro: Mujer que sabe latín.

 

Una descarga eléctrica producida por una lámpara recién comprada en el Bazaar de Tel Aviv, cegó su vida, en la plenitud de su actividad política, literaria y académica siendo embajadora de México ante Israel. Una muerte prematura que hemos lamentado enormemente muchas mexicanas, aun cuando su legado literario sigue iluminando caminos.

 

Haré ahora un esfuerzo de conclusión sobre la situación actual de la mujer mexicana y los desafíos en su camino:

 



CONCLUSIONES

 

Hoy día la población aproximada de mujeres mexicanas oscila alrededor de 60 millones; es decir, somos la mitad de la población  total del país. Mujeres de todas las edades, pero en  su mayoría jóvenes y niñas. Mujeres modernas mucho más autosuficientes, fuertes, listas para levantar una y otra vez el vuelo pese a las contrariedades.

 

A la mujer mexicana ahora se la ve con naturalidad manejando tractores, separando basura, estudiando física y matemáticas, actuando en la esfera política como diputadas, senadoras, gobernadoras, ministras, embajadoras, académicas, periodistas, pero también como taxistas, sin que hayan desaparecido de nuestro entorno las empleadas domésticas.

 

Desde la década de los sesenta, el esquema opresivo de la mujer mexicana, se fue desgastando, como posiblemente sucedió también en los países más grandes de América Latina. En esa década la mujer mexicana acudió masivamente  a las universidades, a estudiar lo mismo que los hombres, pero esa generación  ya en los trabajos tuvo que usar su ingenio para alcanzar condiciones paritarias de sueldo y participación en el nivel profesional, tal y cual lo disfrutaba el hombre.

 

En la actualidad, la profesionista y la mujer del pueblo se muestran briosas y valientes. Libran sus propias batallas, rechazan delegar su destino en manos de otros; lo quieren en sus propias manos para decidirlo y vivirlo a plenitud. Las citadinas contrastan con las mujeres del campo donde la herencia colonial sigue siendo más evidente, ahí la mujer rural  padece desigualdades por ser mujer, por no tener educación, por ser campesina, por ser indígena y en muchas ocasiones por ni siquiera saber hablar el español.

 

A pesar de los avances legislativos para alcanzar la total igualdad entre los géneros, nos queda un camino muy largo por recorrer para hacer de ese concepto una realidad concreta en todos los rincones de la República. Sabemos que ya no hay marcha atrás. Nuestras leyes ya no deben dejar que existan más mujeres maltratadas y menos repetir a las muertas de Juárez. La violencia hacia la mujer sea física o verbal debe ya castigarse en todos los casos.

 

Fuera de nuestro país, en los dos vecinos a los que los mexicanos emigran,  Canadá y los Estados Unidos, vemos a la mujer mexicana inmigrante, trayendo consigo a veces solamente su imaginación y sus talentos, pero al igual que los hombres  ya nada la detiene en su afán de lograr una mejor vida para ella y para sus hijos.

 

Nuestra misión como mujeres no es solamente reconocer nuestros logros sino también  enfrentar nuestra problemática diaria y el cambio cotidiano con nuevas herramientas y con imaginación. Sigue estando vigente creer en nosotras mismas y solidarizarnos con nuestro género, pero ahora habrá que tomar conciencia de que en el mundo entero, y México no es la excepción, hay mujeres que sufren, mujeres sometidas, explotadas, maltratadas; mujeres violadas que luchan contra la impunidad y la sin razón, mujeres víctimas de guerras, mujeres doblegadas por sus creencias religiosas, mujeres comprometidas con sus ideologías como las de la sierra chiapaneca pero arrolladas por la injusticia; mujeres viejas cuyo único patrimonio es su soledad, que ya no tienen necesidad de comprender; mujeres ávidas de la verdad que se refugian en la violencia luchando por encontrar respuestas sociales y  razones para seguir creyendo que el mundo es mejor, más humano, más digno y más sabio.

 

Mujeres periodistas que denuncian y se les calla con injurias, y todavía no logran convencer a la justicia. Mujeres que marchan por las calles aunque no se les oiga, pero que se mantienen presentes, mujeres que gritan y dejan ver sus inconformidades, mujeres que rompen a brazo partido el orden establecido porque ese orden las oprime y las desvaloriza.

 

Mujeres que con palabras limpias desaparecen por exigir condiciones aceptables de vida y de trabajo. Mujeres que se organizan en ONGS, mujeres que simplemente salen a la calle al comercio ambulante que no requiere inversión,  buscando el sustento diario.

 

Todas esas mujeres entran al desarrollo y a la competencia en la vertiginosa vida moderna. En la adversidad desarrollan sus capacidades y están conscientes que  pueden construir la propia historia y la del país, y lo hacen llenas de fe. De su gran mayoría, no conocemos ni el nombre, son mujeres anónimas, y tal vez muchas de nosotras pertenecemos a ese grupo. Todas sin embargo hemos construido para nuestra familia, para nuestro país, y para nuestro género.

 

Somos mujeres que enfrentamos hoy en día una nueva realidad, un nuevo México, como otras seguramente en muchos otros pueblos del mundo. La nueva sociedad ha generado cambios radicales en la conformación de la familia y en el papel que en ella desempeñan el hombre y la mujer.  En México hay realidades como estas: una de cada tres familias está encabezada por una mujer sola. La tercera parte de la población económicamente activa son mujeres. En uno de cada tres hogares la mujer contribuye al ingreso.

Los estudios también muestran que la falta de la mujer en el hogar moderno puede significar la desintegración social de la familia. La familia sin la presencia de la mujer cambia por completo su naturaleza. Y el destino de los niños, se envilece cuando en su infancia la madre estuvo ausente.

 

Amigas, nos queda claro que la mujer ha adquirido con sus nuevas libertades también enormes responsabilidades. Enfrenta el reto de conocer nuevos instrumentos y de explorar nuevos caminos para edificar la familia del futuro inmediato. En nuestro tiempo, se agregan otros elementos inéditos, tales como el que el hogar pueda estar conformado por dos personas del mismo sexo; que los hijos puedan ser niños de probeta y el escepticismo que en nuestro tiempo ronda por todas partes.

 

No dejemos atrás, ni olvidemos la experiencia adquirida, tampoco saquemos de nuestra memoria a las que nos precedieron. Habrá que crear un mundo nuevo y justo, que ofrezca oportunidades para todos y todas.

 

Habrá que tener presente, que como mujeres, como madres, como abuelas, como trabajadoras y como ciudadanas de primera, conformamos la mitad de la población del mundo.

 

 


 

 

 

 

 

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