In Memoriam Embajador Emérito Sergio González Gálvez

Un embajador de Carrera que representó a México con inusual dignidad y magistral destreza. Image


El inicio del sexenio salinista


El primero de diciembre de 1988, tomó posesión el Lic. Carlos Salinas de Gortari como presidente de la República y nombró como su secretario de Relaciones Exteriores, a Fernando Solana, cuyo currículum mostraba preponderantemente un brillante desempeño como secretario general de la Universidad Nacional Autónoma de México. Un buen número de los jóvenes diplomáticos de carrera, lo veía con simpatía, por haber sido sus ex-alumnos.


Los diplomáticos de carrera que encabezábamos las direcciones generales, teníamos la certeza que al Embajador Sergio González Gálvez, lo ratificarían, mas no como cualquier otro subsecretario, sino como el subsecretario del Ramo, dada su amplísima experiencia en el mundo multilateral. 


En mi calidad de Director General de Asuntos Consulares y Protección, me pareció que el nombramiento de González Gálvez era la gran oportunidad para abordar dos delicados problemas de la Protección Consular. Durante el sexenio anterior, habíamos logrado terminar la integración y  el inventario de expedientes relacionados con dos gravísimos problemas de nuestros indocumentados. Por una parte, el de los mexicanos sentenciados a muerte en los Estados Unidos de América, en juicios que habían dejado mucho que desear. Por el otro, el de la gran pérdida pecuniaria de los trabajadores indocumentados; quienes aportan obligatoriamente al Seguro Social del vecino país;  pero la Autoridad estadounidense les niega los beneficios de las prestaciones correspondientes.


Ésta era la oportunidad perfecta para que un abogado mexicano, con larguísima experiencia multilateral, nos ayudara a integrar la estrategia política/jurídica para llevar a la Corte Internacional de Justicia en La Haya, los más de una decena de casos de sentenciados a muerte. Para la Dirección General que yo encabezaba, había sido una titánica tarea bucear e integrar esos expedientes, en aquel mar de documentos de antecedentes de las actividades consulares, que conforman el Archivo General de la S.R.E. Lamentablemente, para varias administraciones pasadas, esos dramáticos casos de los más pobres que nuestro sistema ha expulsado, eran solamente papeleo burocrático que no dejaba espacio para el lucimiento personal; ni tenía  el glamour de lo multilateral que muchos funcionarios buscan en esa área.


Mi primer acuerdo con el nuevo subsecretario González Gálvez


Don Sergio González Gálvez, con gran afabilidad me concedió ese primer acuerdo ya como Subsecretario y, al escuchar mi síntesis sobre estos dos lastimosos temas que le llevaba a acuerdo, me dijo: "Cómo no me había usted advertido que Consular llevaba estos tremendos temas". Le respondí "... cómo se los iba a plantear  si fue en esta misma mañana que me he enterado que usted sería mi nuevo jefe! Leyó minuciosamente sendos memoranda que le llevé sobre los dos temas, y exclamó: ¡Que barbaridad! Acabo de renunciarle al secretario Solana, el que también tuviera que encargarme del ámbito Consular porque nunca imaginé la trascendencia del trabajo que su Dirección General llevaba a cabo.  


Además, me aclaró: "sabe usted que su nuevo jefe será Javier Barros que estaba en Bellas Artes, persona muy allegada al Secretario Solana, pero sin experiencia alguna en la diplomacia. Ya no hay marcha atrás". Al encaminarme a la puerta, escuché al Embajador González Gálvez decirme: Edgardo lo único que nos queda es que usted aguante todo lo que venga y no se mueva de ahí. No podemos descuidar esa área ¡Todo lo contrario! habrá que estar muy alerta a las improvisaciones.


 A partir de la ratificación del nombramiento del Subsecretario Barros Valero, se inició para mi una de las épocas más difíciles de mi carrera por el permanente acoso de Barros para hacerme renunciar a la Dirección General en favor de un funcionario de dedazo -como se les denomina en la S.R.E.- apellidado Ibarrola. Ésta persona -sin ser de carrera- había sido nombrado cónsul alterno en California.  Barros Valero, también con nombramiento político, estaba comisionado en San Francisco; se hicieron amigos y Barros quiso traerlo a la Dirección General que yo llevaba. 


El acoso de Barros Valero se tornaba cada vez más lépero e insultante. Tal situación trascendió entre los miembros de carrera de la S.R.E., generando una gran incertidumbre y rechazo. La nueva autoridad, por su parte, con un gran desdén por el escalafón oficial de los empleados y funcionarios de carrera del SEM; inició una cascada de nombramientos de gente ajena al medio. Eliminaron los concursos públicos abiertos para el ingreso por rigurosos exámenes, de los nuevos aspirantes y nuestra Ley Orgánica quedó en el clóset. Los nuevos ya  no supieron de nuestros concursos de oposición abiertos al público, para ocupar las plazas vacantes. Se descartaron los exámenes de las materias que nosotros tuvimos que sustentar, tales como Derecho Consular, Derecho de los Tratados, Derecho Internacional Público, Derecho internacional Privado, Derecho Constitucional, y Técnicas de Protección de mexicanos en el extranjero. Dejaron fuera a los sinodales de la UNAM y de El Colegio de México; así como a los funcionarios de la Embajada de Canadá que, en su calidad de sinodales, calificaban nuestros exámenes de inglés y francés. Igualmente,  se prescindió de los sinodales de las Facultades de Derecho, y de los de Ciencias Sociales, que aportaban la UNAM y El Colegio de México.


González Gálvez al enterarse de cómo arreciaba en mi contra la presión de Barros Valero y su compinche; en el mes de septiembre de 1989, arengó a la ASEM, para que se convocara a todos los diplomáticos de carrera en la Secretaría. Organizó en mi honor  "una comida de desagravio" para mostrar una solidaridad colectiva del SEM. Les recordó que Flores Rivas fue Primer lugar en los dos concursos de oposición, tanto en el de empleado consular, como en el de funcionario del Servicio Exterior Mexicano. 


Su defensa de un funcionario de carrera, fue un hecho inédito en los anales de la S.R.E. y del Servicio Exterior Mexicano. Un gallardo episodio de respeto a la Ley Orgánica del Servicio Exterior Mexicano, y del personal de Carrera del SEM, que nunca más se ha vuelto a repetir. Deseo honrar la memoria de Don Sergio, con este pequeño ensayo In Memoriam. Descanse en paz Don Sergio! ¡Su gesto nunca lo olvidaré! 



Edgardo Flores Rivas, Embajador de México en retiro. 

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